
Al fondo, sobre el caraqueño cerro El Ávila, nubes de tormenta anunciaban malos presagios. Uno más a sortear por los participantes de la mayor reunión mundial de movimientos progresistas del planeta. Pero no llovió.
Todas esos malos augurios se mantuvieron a raya, temerosos del canto de los machistas que entonaban: “Alerta, alerta, alerta que camina / la espada de Bolívar por América Latina”.

Desde las ventanas y los balcones de los edificios aledaños al Paseo Los Ilustres, por donde se desplazó el multicolorido grupo, se asomaban tímidamente algunos vecinos. Imposible adivinar sus pensamientos.
En cada esquina del recorrido, para el resguardo de los caminantes estaban funcionarios de la Policía Metropolitana y de la Guardia Nacional.
La Bandera del país anfitrión, Venezuela, ondeaba al lado de la perteneciente a la cuna del foro, Brasil. Y a éstas se sumaban infinidad de otros pabellones, telas coloridas: un arcoiris de tendencias, de urgencias, de sueños…
Sobre cada espacio elevado de la ruta se agrupaban bandadas de cámaras con lentes de largo alcance y micrófonos; convertidos en ojos y oídos de un mundo que se ha cansado de escuchar una sólo melodía, de tener una sola visión.

Al fondo, una tarima esperaba a los asistentes del FSM con un caudal de cantos. Las nubes negras siguieron observando de lejos al conglomerado humano; no se disiparon, pero contuvieron sus ansias: simbolizaban ese oscuro y poderoso poder mundial que a ratos se queda atónito ante la valentía de unos soñadores despiertos.
Los participantes del foro lo saben, lloverá tarde o temprano, se preparan para ello cada día. Por eso, acampan esta semana en Caracas a cielo abierto, confiados en que unidos podrán superar la tempestad.
Lo saben David, de la etnia wayú, quien habita entre Colombia y Venezuela; Gabriel, proveniente de California, Estados Unidos, y Maya, de Québec, Canadá. Los tres se conocieron armando sus carpas en el campamento del Foro Social Mundial de Caracas. Trabajaron juntos para crear con bambúes y tela una gran paloma blanca que desplegó sus alas entre los marchistas. El símbolo de una paz mundial que no sólo añoran sino que construyen cada día desde su particular forma de ver el mundo.
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